Quizás era la forma en la que el viento soplaba o los ocres del atardecer, pero aunque no se sepa precisamente la razón, ese lugar era mágico, les permitía perderse en sus aromas y sentir que el silencio inundaba cada parte de su ser sin dejar nada más en que pensar, sólo para poder contemplar la nada y al mismo tiempo el todo. Las dimensiones del lugar iban más allá de cualquier límite territorial, había secretos en cada rincón, llantos y risas que se escuchaban en el aire y cada centímetro de tierra tiene en el un pedazo de su historia guardada. Subían a las montañas, desde allá arriba podían ver como lo que parece tan lejos, está tan cerca.
Desde lo más alto podían sentirse los más grandes y aún así seguir contemplando el mundo siendo los más diminutos seres. Nadie sabía cuantos secretos pueden encontrarse en la naturaleza hasta que no se pararon allí, sus colores infinitos se convierten en un arcoíris de sueños. Nada puede salir mal si todos los días los acompañaban aquellos cantos de los pájaros al amanecer. Jamás iban a pensar que iban a extrañarlo tanto hasta que llego el momento de partir. Ahí fue cuando se dieron cuenta que dejaron una parte de ellos ahí.
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